domingo, 11 de marzo de 2007

Chocolates para el perdón



Mi amiga Josefa, llegó feliz a mostrarme los chocolates que su ex le había regalado. Para ella no era una simple cajita dulce, era un claro símbolo de intento de reconciliación. Pero para mí, era simplemente un hombre tratando de borrar con goma los errores que cometió en el pasado. No pude decirle que esa imagen se repite en la puerta de un gran porcentaje de mujeres. Que los chocolates son el regalo para recordarte lo placentero que ellos son para nosotras, lo indispensable que se vuelven a veces a pesar del tiempo de ausencia, para que tengamos presente lo mucho que los extrañamos.

¿Por qué las mujeres aceptamos los chocolates con una sonrisa ancha y encontramos en ese obsequio el remedio, defectuoso, para dejar atrás nuestras exigencias, para olvidarnos, por mientras, de las falencias que tanto nos chocan, para dejar atrás los no llamados, no visitas, no invitaciones a salir en fechas importantes, en conclusión, ¿por qué las mujeres aceptamos nuevamente esa caja de Pandora?.
¿Cuándo es suficiente?

¿Cuántas cajas de chocolates tendremos que tragar?

Y pensándolo bien, somos nosotras las que con una sonrisa complaciente aceptamos y borramos los errores del pasado. Como si hubiera sido un evento menor en el camino, un pequeño tropiezo, una pelusita en la ensalada, nada serio, nada trascendente, al parecer los gajes del oficio.

Pero lo cierto es que nos dolió, nos duele la ausencia y la falta de interés. Nos duelen los engaños y las mentiras mal elaboradas. Nos lastiman los hombres y sus chocolates de repuesto, y nos siguen molestando y lo seguirán haciendo, pero nosotras seguiremos sonriendo y aceptando.

¿Cuántas cajas he recibido ya?

Creo haber perdido la cuenta, entre falsas sonrisas y miradas que dicen “perdón sé que cometí un error”. Yo y todas dejamos pasar al que pidió perdón, y ellos, casi siempre, vuelven a partir. Luego de dos semanas llegó Javiera a mi casa y me contó como nuevamente su hombre arrepentido se había ido, de la nada, él simplemente desapareció. Ella sintió como otra vez se le resbalaba de las manos, se volvía agua y se deslizaba por debajo de la puerta sin dejar siquiera su sombra. Los chocolates, se los comió todos juntos el mismo día que él se fue, le descompusieron el estómago, la hicieron vomitar, la tiraron a la cama. Quizás porque se los trago con rabia, o porque eran de la peor calidad, de esos comprados al paso.

Entonces, ahora pienso, definitivamente esa es la rutina que ellos no paran de repetir. El error cruel, los chocolates o cualquier cajita que se vea bonita. Claro le sigue la carita de arrepentimiento, la entrada en la casa, la estadía casi cronometrada para llegar a la partida, hacia otro lugar, para no aferrarse, para no depender o quizá por otra razón que muy pocas veces se atreven a mencionar.

Y por fin entiendo, ellos son para disfrutarlos mientras duran y luego sólo queda aceptar a conciencia que se terminó el sabor empalagoso y placentero, la calma que produce su presencia. Vendrán más, estoy segura, algunos de baja calidad, otros de exportación, pero siempre habrán más y nosotros estaremos ahí para probarlos.

Entonces, ¿no será mejor que yo vaya por una caja más cara y de mejor calidad, una caja que yo merezca y que su sabor lo disfrute por más tiempo? Tengo claro que para conseguirla seré yo quien tenga que juntar aun mejores atributos de los que ya tengo, y por supuesto no conformarme con lo que veo en la vitrina, sino saber elegir la opción correcta entre esta infinidad de preciados obsequios que hay en el mercado. Finalmente el regalo es para mí y con el tiempo me he vuelto exigente, cada día quiero algo mejor, algo que supere lo que ya he probado.


Por Inger Amber

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